Con profunda alegría y emoción, vengo en esta oportunidad a traer el trabajo de investigación titulado Religiosidad del Libertador don Bernardo O’Higgins Riquelme, publicada en el Anuario de Historia de la Iglesia en Chile, volumen 12, el año 1994, págs. 63 a 78, por el entonces Obispo Castrense de Chile, Monseñor Joaquín Matte Varas.
Reconozco el regalo inmenso y la oportunidad que Dios me brindó por haber contado con el amor fraternal y el cariño de padre de don Joaquín, quien ahora nos acompaña desde el cielo. Seguramente se alegrará que, a pesar del tiempo, su memoria y sus trabajos sigan estando actuales y vigentes, y yo me honro con poder publicarlos.
Decía don Joaquín que “O’Higgins se lo merece todo”. Y siguiendo aquella síntesis del buen pastor que recoge lo mejor del sentimiento humano, vengo en esta oportunidad en poner a vuestra disposición un aspecto de la vida y del sentimiento espiritual de quien consideramos el más importante Padre de la Patria. Muchos aspectos controvertidos acompañan siempre a los héroes, pero como alguien sostuvo a la vez “todo es proporcional al ser”, es decir, en un grande solo pueden coexistir grandes aciertos y grandes errores, muy propio de la naturaleza humana.
Este trabajo de investigación de Monseñor Matte viene a esclarecer algunas dudas de la interioridad de la vida del prócer, pero principalmente viene a mostrar el alma generosa de quien trabajó incansablemente por un Chile siempre grande, libre y soberano.
Espero este texto sea de vuestro interés.
John Campos Benavides
Religiosidad del Libertador don Bernardo O’Higgins Riquelme
Joaquín Matte Varas, Obispo Castrense de Chile
(Publicado en 1994)
El espíritu religioso del Libertador es desconocido por muchos y tergiversado por otros. Las presentes consideraciones están apoyadas por documentos, desconocidos en otros tiempos; pero ahora, gracias a la difusión, ampliamente conocidos, de modo que cualquier amante de la historia puede acercarse a ellos.
Es conveniente recordar un principio básico para entender o escribir la historia. No es posible ni prudente juzgar los hechos pasados con criterios actuales. Por eso, el historiador deja pasar los años y así evita prejuicios, heridas y rencores. Los hechos sólo con el correr del tiempo van teniendo su verdadera dimensión.
De una vez por todas, tenemos que hacernos cargo de tantos prejuicios ampliamente difundidos en Chile, para refutarlos con la enérgica claridad que fluye de los documentos. De él se ha dicho que era descreído, masón y enemigo de la Iglesia. Estas afirmaciones, todas ellas gratuitas, abundan en el siglo diecinueve. El correr del tiempo se ha encargado de desvanecerlas demostrando su exageración y falsedad.
Era O’Higgins un hombre de su época; pero en materias religiosas se adelantó a su tiempo y, en asuntos religiosos, tuvo concepciones ecuménicas. Esta característica de su pensamiento se debió al hecho de haber conocido otros países, especialmente Inglaterra, donde residió. A nosotros nos interesa el aspecto religioso; pero sin duda su amplitud de criterio abarca también otras materias.
En lo político era «regalista», es decir convencido de que los privilegios que los Papas concedieron a los reyes los habrían heredado los gobiernos republicanos[1]. Esto era corriente entre los católicos de esa época, porque era la doctrina sustentada por los reyes de España, aunque muchos dudaron de este regalismo, como se ve en las instrucciones del Senado Conservador, ya citadas.
El historiador Orrego Vicuña, autor de una documentada y bien escrita vida de O’Higgins, nos dice respecto al papel que le correspondió a la Iglesia en la época de la Independencia: “El balance final acusa ventaja indisputable en el sentido republicano nacional y democrático, merece la Iglesia criolla, en consecuencia, los homenajes de una posteridad que nunca agradecerá lo suficiente el esfuerzo de quienes le dieron patria y al dársela, en el tiempo sin término, consagraron sus vidas ilustres o anónimas”[2].
Consigno sólo esta opinión, ya que no es éste el tema del presente trabajo: la actitud de la Iglesia en la Independencia. Pero es necesario tener una idea clara sobre las dificultades que se presentaron, las que fueron políticas, no religiosas, en que O’Higgins se vio enfrentado a clérigos o religiosos realistas. El autor ya citado opina: “La actitud observada por O’Higgins y en general por la mayoría de los próceres para con la Iglesia fue de respeto y adhesión espiritual en los puntos dogmáticos y doctrinarios, con amplio reconocimiento de prelados y eclesiásticos adeptos. Frente a los que sostenían principios monárquicos, se ejerció una vigilancia constante o hubo una hostilidad no disimulada”[3].
Nacimiento, niñez y juventud
Nació en Chillán, pero su permanencia en esta ciudad fue muy breve. Su “hermano” don Casimiro Albano Pereira dice que O’Higgins fue llevado a la casa de su padre, don Juan Albano, que residía en Talca, «a los pocos días de su nacimiento». La familia Albano Cruz dio a Bernardo un verdadero cariño de hogar.
Don Casimiro Albano dice: “Al cuidado de mis padres, recibió Bernardo la educación como se daba entonces a los hijos de una familia regularmente acomodada”[4].
Esta educación fue también muy católica, ya que la familia Albano Cruz era de profunda fe. Su hijo Casimiro fue sacerdote, Vicario Castrense, Presidente del Senado, escritor, periodista, etc. Era menor que don Bernardo, su mejor amigo, y entre ellos se llamaban “hermanos”. Este fue el ambiente religioso que de niño respiró O’Higgins.
Posteriormente, el niño Bernardo fue llevado a Chillán y estudió en el Colegio de San Ildefonso, de la Propaganda de la Fe, que los franciscanos mantenían en dicha ciudad. Allí tuvo grandes amigos y formadores, entre ellos al P. Francisco Ramírez, a quien llamaba cariñosamente “Taitita” y al joven P. Gil Calvo, a quien, aunque realista por ser español y que actuó en guerrillas posteriores contra los patriotas, le dispensa siempre gran afecto y lo aloja en el Palacio Directorial[5].
El historiador don Jaime Eyzaguirre dice: “Estos dos años junto a los frailes, sencillos y buenos, dejaron una marca indeleble en el alma del discípulo: prendió en ella la fe religiosa a la vez que la gratitud a sus abnegados maestros y ni el tiempo ni los grandes cambios políticos del futuro pudieron alterar esa impresión”[6].
Parte luego a Lima donde vive con el irlandés Blaque, amigo de su padre, y va al mejor colegio de Lima. De allí partirá a Europa para educarse en Inglaterra.
Don Ambrosio O’Higgins, su padre, lo envía a Inglaterra donde los relojeros judíos Spencer y Perkins, que fueron sus tutores, por lo cual recibían una buena remesa de dinero.
Pasa allí innumerables desdichas, ya que los relojeros no le dan más que una mísera cantidad. En Londres, el Capellán Morini, de Nápoles, lo aloja en su casa algunos meses.
En Inglaterra don Bernardo estudió en Richmond, en el colegio católico de don Timothy Eeles, que estaba atendido por un sacerdote. Este colegio era el único católico de varones de Richmond, lo que ha sido confirmado por recientes estudios[7].
Los relojeros judíos quisieron ponerlo en un colegio protestante y él se negó: “Le dije que era una contradicción muy grande de lo que me ofrecía por ir a la escuela protestante. Me contestó que no le hablase y que me fuera en hora mala”[8].
Siempre en sus congojas y estrecheces económicas encontró la ayuda de irlandeses católicos y de otras almas generosas, que lo ayudaron en sus inmensas aflicciones. Deja Londres en 1799.
Se encuentra solo, sin el afecto de sus padres. Su padre le mandaba una ayuda importante en dinero que él no administraba, pero nunca contestó las cartas que el hijo le escribía. Igual cosa hizo su madre durante este período.
De este período europeo tenemos algunas cartas dirigidas a sus padres.
A su padre le escribe: “Constantemente pido a Dios premie a mi señor padre y benefactor por el corazón liberal que ha tenido en alimentarme y educarme”[9]. A su madre le dice desde Cádiz en carta del 1 de febrero de 1800: “Le pido me encomiende a Dios como yo la encomiendo a Ud. en todas mis oraciones”[10].
Ninguna de esta cartas fueron contestadas, lo que hace resaltar su corazón generoso fruto de las virtudes cristianas, ya que a pesar de esto no cortó su correspondencia, ni abriga resentimientos.
En Cádiz se presenta la terrible epidemia del “vómito negro”. Él lo dice en carta a su padre: «A mí me atacó con toda furia… Inmediatamente se me administraron los sacramentos y el Santo Oleo. Los médicos me desahuciaron… después de tomada la quina, comencé a recuperar mis alientos, se me contuvo el vómito negro y, gracias al Todopoderoso, comencé a sentir el alivio que deseaba”[11].
Muerto su padre, vuelve a Chile que había abandonado cuando niño. Así comienza otra etapa de su vida.
Su padre le ha dejado la hacienda “Las Canteras” (Los Angeles), la cual, junto con darle una buena posición económica, lo incorporó al desarrollo social y político, siendo poco a poco conocido y valorado por sus contemporáneos.
Vida adulta y pública
Es elegido diputado por Los Angeles el año 1811. En un oficio del 5 de octubre de 1811, que junto con Carrera dirige al Vicario Capitular de Santiago, pide la celebración de una misa de Acción de Gracias y señala: “La Santísima Virgen que se celebra es la protectora de la Patria y a ella han de dirigirse nuestros himnos”[12].
Como diputado se preocupa de la atención espiritual de los habitantes de Los Angeles y pide la creación de un convento para una mejor atención espiritual[13].
Ya en el gobierno, preocupado por la formación religiosa católica de la niñez y juventud, da un Reglamento de las Escuelas Públicas que dice en su N.º 5: “Instruyéndolos de los fundamentos de nuestra sagrada religión y la doctrina cristiana por el catecismo de Astete, Fleury”[14].
Después de la Batalla de Rancagua parte para Mendoza con tantos chilenos que abandonan la patria ante la derrota sufrida.
En el exilio se pone a la disposición del General San Martín, que prepara el Ejército de los Andes. Se une a las actividades especialmente en “Plumerillas”, donde estaban concentradas las fuerzas del Ejército de los Andes. Los jefes y O’Higgins se preocupan de la formación espiritual de sus integrantes. Lo cuenta así: “los domingos y días de fiesta se decía misa en el campamento y se guardaba descanso… Concluida la misa, el Capellán dirigía a la tropa una plática de 30 minutos, poco más o menos, dedicada por lo general a exaltar las virtudes morales, la heroicidad en defensa de la Patria y la más estricta obediencia a las autoridades y superiores”[15]. Estas misas eran dichas por el Capellán argentino Lorenzo Guiraldes o alguno de los otros capellanes de los cuerpos. Entre estos capellanes varios eran chilenos, como Casimiro Albano.
Antes de partir el Ejército de los Andes en su memorable campaña libertadora, el 5 de enero de 1817 es jurada Patrona del Ejército la Santísima Virgen del Carmen… En la solemne procesión que sale del convento de San Francisco se dirige a la Catedral. Es escoltada por las tropas y San Martín puso su bastón de mando a la derecha de la imagen[16]. En todas estas solemnes fiestas participa don Bernardo O’Higgins.
El Ejército de los Andes sale en enero desde Mendoza y se obtiene la victoria de Chacabuco.
Nombrado Director General, dada su preocupación espiritual por las tropas, con fecha 18 de marzo de 1817, nombra como segundo Vicario Castrense al Pbro. don Casimiro Albano Pereira. Encomienda esta misión, para él tan fundamental, a su querido amigo y “hermano” don Casimiro Albano, amigo de toda su vida[17].
Este nombramiento no era canónico, sino del Gobierno civil, por eso debía pedir las facultades al Ordinario de Santiago.
El primer Vicario Castrense de este tipo en Chile fue don Julián Uribe Rivas, nombrado por Carrera en agosto de 1814.
La Gaceta de Santiago del 19 de julio de 1817 dice: “Hoy es el día de la Patrona de nuestro ejército. Desde lo alto del Carmelo se ha derramado la virtud de la fortaleza sobre los defensores de la Patria”. Se celebra con gran solemnidad en la Iglesia de San Francisco con la presencia de San Martín y O’Higgins.
Voto Maipú
La promesa —“voto”— de Maipú se hizo en momentos de incertidumbre, ya que era posible que se perdieran todos los esfuerzos hechos para lograr la independencia después de Cancha Rayada. Se reunieron, todo el pueblo de Santiago, don Luis de la Cruz y el Vicario General de Santiago, don José Ignacio Cienfuegos.
Estos imploran la protección de la Virgen del Carmen sobre las armas patriotas y hacen un solemne juramento: “En el mismo sitio donde se dé la Batalla y se obtenga la victoria se levantará un Santuario de la Virgen del Carmen, Patrona y Generala de los Ejércitos de Chile…”. Esta promesa se llevó a efecto el 14 de marzo de 1818.
Después de la Batalla de Maipú, O’Higgins hace suyo el voto del 14 de marzo (no estaba presente por estar combatiendo en el sur).
La Gaceta Ministerial de Chile de fecha 23 de mayo de 1818 dice al respecto: “La Inmaculada Reina de los Angeles en su advocación de nuestra Señora del Carmen, fue jurada Patrona de las Armas de Chile, primero por el voto general de este Pueblo, experimentando su protección en el restablecimiento del Estado que yacía bajo la opresión de los tiranos, mediante el esfuerzo del Ejército restaurador de los Andes, y después el 14 de marzo último por el acto solemne, en que concurren las corporaciones y un inmenso pueblo en la Santa Iglesia Catedral, al objeto de ratificar, como ratificaron expresamente aquel juramento ofreciendo erigirle un templo en el lugar donde se diese la batalla, a que nos provocó el general enemigo Osorio. No debe tardarse un momento el cumplimiento de esta sagrada promesa”.
Después del triunfo de Maipú la Gaceta de Chile dice: “El Estado de Chile es deudor a la protección de la Madre de Dios, bajo la advocación del Carmen, de la victoria de Maipo. Ella lo salvó del mayor peligro que jamás se vio. Confiesan los feroces enemigos de la libertad de América, esos fanáticos incubadores de nuestros procedimientos religiosos, que hemos contado y contaremos siempre como verdaderos católicos con la protección del Cielo en favor de la presente lucha, a pesar de las grandes imputaciones con que censura nuestra conducta”. Noviembre 18 de 1819 – Palacio Directorial Bernardo O’Higgins – Joaquín de Echeverría[18].
Escribe desde Lima a su hermana Rosa una carta de gran importancia para nuestro estudio: “Tú también sanarás luego, como lo espero de la bondad de nuestro gran Dios, perpetuo benefactor nuestro, y de la Virgen nuestra Señora de Dolores, a cuya devoción me dediqué desde que abrí los ojos y que no dudo intercederá por tu salud, como se lo ruego en la misa de la presente novena”[19].
Como promesa de los desterrados de Juan Fernández nace la Hermandad de Dolores, cuyo fin era socorrer a los pobres y a los que sufren. Lo invitan a pertenecer a dicha Hermandad y contesta: “Puede V.S. contarme por incorporado en ella desde este momento, en la inteligencia de que cumpliré con las obligaciones que me imponga el Instituto sin eximirme de concurrir a los actos y funciones del culto en todas las ocasiones en que me lo permitan las tareas de mi destino”[20].
En la Capilla de Montalván hay un cuadro de la Virgen de los Dolores[21].
O’Higgins y su profundo sentido de fe
Ante el misterio de la muerte el cristiano tiene una esperanza que no la tiene el que carece de fe. Nuestra esperanza está con Cristo, como nos lo enseña el Evangelio. O’Higgins manifiesta su posición ante la muerte en diversas cartas de pésame.
Así escribe a la señora Mercedes Velasco, viuda de J. Antonio Rodríguez Aldea, su ex ministro y hombre de confianza. “Dios es el que en la dilatada sucesión de los siglos ha marcado el término de nuestra vida, de cuyo punto no haya de pasar. Él es justo en sus decretos eternos, misericordioso en sus disposiciones, lo ordena todo con acierto y con la mayor equidad. No hay pues, ni el más pequeño lugar de duda sobre tan interesante punto del elevado lugar a que ha entrado (el difunto). Y que grande y que abundante el consuelo que los cristianos debemos colegir al meditar lo que dijo Nuestro Señor Jesucristo a sus discípulos, cuando ellos estaban afligidos al prospecto de su partida y separación de ellos: ‘Si me amáseis, les dice, os gozaríais, ciertamente porque os he dicho voy al Padre’. Del mismo modo a nosotros los cristianos, cuando vemos partir de esta vida a nuestros deudos o nuestros amigos y lo más querido, debe consolarnos el pensar que ellos van a ser más felices que lo que podrían serlo entre nosotros”[22].
Otra carta dirigida a la señora Carmen Cruz de Claro, hermana del coronel don José Antonio Cruz, le dice: «Dichoso el día que nos unamos a Él en aquella mansión sagrada. Mientras nuestras lágrimas en la tierra honran la memoria del hijo más amado, mi compañero de armas, mi digno amigo, ilustre hermano de Ud., Coronel José Antonio de la Cruz, no cesarán mis humildes votos de elevarse a la misericordia de un Dios Soberano, con toda bondad por su noble espíritu…”[23], Lima, 29 de junio de 1832.
Gratitud
Es propia de un cristiano la gratitud a los hombres. Con mayor razón, a Dios. Así escribe: “Estoy penetrado de la más profunda gratitud al Todopoderoso por la extraordinaria protección que tantas veces he experimentado, rodeado de los mayores peligros desde el día que fui atacado en España del vómito negro, hasta el presente, en que corriendo un espacio de más de treinta y seis años y créame Ud., mi querido amigo, que mientras viva, haré todo lo que esté a mis alcances para manifestar mi gratitud por tan desmerecida bondad y merced”.
Muerte de su madre
Para O’Higgins la presencia de su madre estaba en lo más profundo de su corazón. Por eso su enfermedad y posterior muerte en Lima le arrancan páginas de gran amor filial y cristiano: “He visto en su apreciable su justo sentimiento por nuestra finada madre. Un consuelo nos queda en su separación de este valle de lágrimas que sus virtudes y desprendimientos han llevado todo el carácter de los llamados al goce de la Bienaventuranza. Partió de esta vida el 21 de abril (1839) con una muerte santa, santísima y espero en la bondad y misericordia del Todopoderoso la haya llevado a la Patria Celestial, mientras nosotros rogamos por su eterno descanso”[24].
En estos momentos difíciles de la muerte de su madre nos dice: “Fueron necesarios todos los auxilios de la religión para sufrir tan acerbo dolor”[25].
Espíritu misionero
Su preocupación por los indios de Chile fue notoria, pero en esta preocupación se manifiesta su espíritu misionero que desea llevar el Evangelio a estos indígenas. “Me compete dedicar lo mejor del resto de mis días en la obra de conferir sobre los araucanos y demás tribus indígenas las dulzuras y bendiciones del cristianismo”.
El 21 de julio de 1842 —meses antes de su muerte— escribe a don Manuel Bulnes: “Mis empeñosos deseos de ver enteramente realizadas las bendiciones de la civilización y de la religión sobre los habitantes del vasto territorio situado entre el río Bío-Bío y el Cabo de Hornos … sumidos en la más baja profundidad de la degradación humana … Yo, por tanto, confiaba, mediante la asistencia del Señor, ser su humilde instrumento para sobre tan grande número de nuestros prójimos”[26].
Su sentido cristiano de la humildad
La humildad es una virtud eminentemente cristiana. Jesús nos dice: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”. El humillarse es difícil y debemos tener la ayuda divina para hacerlo.
O’Higgins, por su temperamento, era fogoso y muchas veces su carácter lo traicionaba, haciendo lo que no debía. Con el correr de los años fue siendo humilde, y esto no sólo en lo interior sino con hechos muy concretos.
En Perú llega ante Bolívar para interceder por el coronel Novoa, quien había desobedecido las órdenes de Bolívar, cae prisionero y el Consejo de Guerra le condena a muerte. Novoa escribe a O’Higgins pidiendo su intercesión ante Bolívar. Novoa había sido contrario a O’Higgins y actuado en forma innoble.
Antes que hable O’Higgins, le dice Bolívar: “No me haga mención del nombre de Novoa porque es imposible perdonarlo, no quiero ni espero tener el disgusto de hallarme en la dura necesidad de negar el favor que usted me pide”[27].
O’Higgins le conversa y le hace ver qué dirán que él ha pedido la muerte en venganza y que, por lo tanto, su ejecución se volverá contra Bolívar. Consigue la libertad de Novoa, le manda ropa y dinero suficiente para volver a Chile. Albano dice en la memoria: “He aquí un hecho digno de los tiempos heroicos del cristianismo”[28]. Agrega que la virtud practicada por O’Higgins con Novoa era la caridad, y cita las palabras de san Pablo: «Si no tengo caridad, nada soy» (1 Cor. 13).
Hay una carta en que expone con toda claridad su espíritu que no guarda odios ni rencores.
Desde el destierro sueña con ver la Alameda, recorrer los lugares de las batallas… Respecto de sus adversarios dice: “Los veré muy serenos y me despidiré de ellos tranquilo, pues he echado ya un borrón sobre todos los incidentes inamistosos, así es que no soy enemigo de nadie”[29].
Juicio con Carlos Rodríguez
Hermano de Manuel Rodríguez, era fogoso y culpaba a O’Higgins de la muerte de su hermano Manuel. Lo ataca en la forma más despiadada e injuriosa por los periódicos.
Se llega a un juicio ante los tribunales, el cual condena a Rodríguez y absuelve a O’Higgins. Después del fallo de los tribunales O’Higgins escribe una carta de perdón en la que reconoce el triunfo del perdón cristiano al orgullo herido: “Era pues necesario otro tiempo importante para reconocer el favor con que la mano visible de Dios me había concedido en mi justificación, y este era el vencimiento de mis pasiones conmovidas por mi amor propio. También el Altísimo me concede esta gracia: Perdono al reo y con él a mis calumniadores”[30].
Desapego del dinero
Lejos de la idolatría del dinero, fue un hombre idealista y éste era para él algo útil para vivir, pero no le tiene apego. Veamos documentos.
Por su contribución a la libertad del país, el Gobierno del Perú le regaló las haciendas de Montalván y Cuiba[31]. Tales haciendas eran valiosas; pero en esa época eran un montón de ruinas por los saqueos de los ejércitos realista y patriota. En estas circunstancias, Bolívar le ofrece pagarle sus sueldos vencidos como Mariscal del Perú y el millón de pesos que se había asignado al ejército. De este dinero, correspondían a O’Higgins $ 200.000 más o menos[32].
O’Higgins contesta a Bolívar “que con la hacienda que la Nación peruana le había obsequiado estaba sobremanera recompensado de los pequeños servicios, que, por suerte, le cupieron en la Independencia del Perú”[33]. Su desinterés es más manifiesto si se tiene presente que en ese tiempo ha pedido préstamos para poder trabajar la Hacienda Montalván. (Para mayores datos a este respecto ver Archivo O’Higgins, t. IX).
Sentido Socialcristiano
La religión para O’Higgins no es sólo un asunto privado, sino que tiene un sentido de justicia que nace de la caridad social fundamentada en el Evangelio. El ejerce esta caridad social en la atención de las haciendas de Montalván y Cuiba.
La hacienda tenía una enfermería que contaba con un médico que vivía en San Vicente y que cuidaba también otras haciendas. Consta por documentos que entre los años 1830 al 1841 atendieron cuatro médicos[34]. Esta enfermería tenía dos salas: “la una con dieciséis covachas…, otra salita adicional tiene ocho covachas”, es decir una enfermería de 24 camas, con un “baño de cal y canto”. Existía una botica cuyos remedios compraba O’Higgins para los inquilinos. En carta del 31 de octubre de 1841 le escribe al administrador don José Toribio Pequeño, que no ha podido enviarle algunas medicinas pedidas, porque «no ha habido dinero disponible para pagarlos, principalmente en la botica inglesa que no vende al fiado como la de Manuelito”[35].
Para la atención religiosa tenía una capilla que, al decir de los documentos, “es muy grande, siendo tal vez la mayor de todas las iglesias del valle”. Esta capilla tenía “dos efigies, una de Nuestra Señora de los Dolores y otra de Nuestra Señora del Carmen, ambas de bulto”.
Esta capilla era atendida por sacerdotes de San Vicente (pueblo cercano). Así nos consta que el P. Angulo (probablemente agustino) dijo diez misas en un mes, lo que la atención religiosa no sólo era dominical.
Su preocupación se extiende también al bienestar de los inquilinos.
Escribe el administrador Toribio Pequeño que compré “cordobanes2 para ponchos y pañete para calzones para los inquilinos y esclavos, ya que “se encuentran demasiado desnudos para defenderse de la interperie en esos trabajos de humedad y frío” (carta 18 de abril de 1838).
Tenemos documentos según los cuales perdona al que se roba una yegua y perdona la fuga del negro Carmelo[36].
Estos datos y muchos otros nos demuestran la preocupación de O’Higgins por la atención religiosa y social del personal de la hacienda, que nace de un verdadero cristianismo y de su dimensión social.
O’Higgins y la Masonería
Muchas veces se trata este tema y se dice que O’Higgins era masón. No lo fue nunca. Basta recorrer su pensamiento cristiano en tantas cartas y documentos que demuestran su inquebrantable adhesión a la fe católica, incompatible con su pertenencia a la masonería.
Otra cosa es la Logia Lautaro o Lautarina a la cual sí perteneció. De la Logia Lautaro nos dice uno de sus biógrafos: “La Logia O’Higgins (sic) no era masónica; eran logias revolucionarias y políticas”[37].
Las logias revolucionarias emplearon los métodos masónicos en lo que al secreto de sus miembros se refiere. Si se hubieran dado a conocer públicamente, habrían sido tomados presos. Es obvio que, lo mismo que los terroristas de hoy, actuaban desde la clandestinidad.
Pero hay más, la misma masonería reconoce que la Logia Lautaro no es masónica. Así, el «Manual de instrucción para el grado de aprendiz» de la Gran Logia de Chile, editado por la imprenta Wilson de Compañía 3001, de Santiago, dice textualmente: “Muchas sociedades secretas de orden político aparecieron y actuaron en la epopeya de la independencia Hispanoamericana, pero, aunque es indudable que sus organizadores procedieron a imitar la estructura masónica que muchos de ellos habían conocido en el viejo mundo, no pueden considerarse como pertenecientes a la legítima Fraternidad.
“Tipo de esta clase de asociaciones político-militares es la célebre Logia Lautarina, que actuó en Buenos Aires, Mendoza, Santiago y tal vez en muchas otras regiones, funcionaba como palanca revolucionaria”[38].
Este punto ha sido estudiado extensamente por el historiador don Jaime Eyzaguirre, el cual tiene recopilado estos estudios en un libro llamado “Logia Lautarina” (cfr. Historia N.º I m.c., p. 8, Santiago 1961).
Los biógrafos más recientes y por lo tanto con nuevos documentos que iluminan la historia actual, como Orrego Vicuña, Valencia Avaria, están de acuerdo en que O’Higgins no fue masón, pero sí fue de la Logia Lautarina. El erudito biógrafo de O’Higgins y gran o’higginiano, es amante sincero del prócer, pero es objetivo en su juicio. En sus obras “O’Higgins, el buen genio de América”, “Los Caballeros racionales de Miranda” la inició con unos soñadores, guiado por la mano paterna del más grande de ellos. Fue una etapa romántica.
Adhirió a la Logia Lautaro, “exigido por la circunstancias”. Este mismo autor afirma que O’Higgins: “no fue hombre de oscuridades ni de rencores ocultos” (Valencia Avaria, O’Higgins, Stgo. p. 231).
Según mi opinión, O’ Higgins se vio forzado en esta Logia Lautarina y no fue responsable de actuaciones de ésta, que son puntos muy oscuros. En carta a Zañartu, enviado chileno en Buenos Aires, le escribe lleno de alegría porque con la Expedición Libertadora al Perú ha partido la mayoría de ellos, pero eso correspondería a un estudio especializado.
Últimos días
La enfermedad al corazón lo ha postrado poco a poco. No le es posible cumplir su gran deseo de volver a la Patria. En dos ocasiones, a punto de embarcar, las fuerzas físicas lo abandonan y los médicos prohíben el viaje. Ve venir la muerte con serenidad y se prepara especialmente para dar la batalla final de su vida y llegar ante el Señor de los Ejércitos.
Pidió que se celebrara la Santa Misa todos los días en su casa y hoy podemos contemplar el altar portátil que se encuentra en el Museo Histórico de Santiago. El P. Juan de Dios Urías, amigo de O’Higgins, era uno de los sacerdotes que le celebraba la misa.
Su hermana Rosa nos dice que “llenó sus días ejemplarmente consagrado a la penitencia, a las distribuciones de piedad y ansiando siempre hasta el último momento el bien de la Patria”[39].
Vicuña Mackenna dice: “El ilustre moribundo consagró esos días exclusivamente a las prácticas que debían ataviar su alma para el viaje de la eternidad. Había hecho colocar delante de su lecho un altar portátil en que ora todas las mañanas las misas llamadas San Gregorio (sic)[40], y durante el día y parte de la noche tenía a su lado un joven dependiente y a quien hacía leer a pausas los oficio destinados por la Iglesia a los agonizantes»[41].
O’Higgins era terciario franciscano. Por eso cuando le llevan el hábito a su lecho de muerte dice: “Este es el hábito que me envía mi Dios”.
Sus últimas palabras fueron: “Magallanes. Era la visión de Chile en la proyección de los años”.
Fallece el 24 de octubre de 1842 en Lima, en su casa de Espaderos.
Las exequias fueron celebradas en la Iglesia de la Merced, el 26 de octubre, y celebró la misa monseñor Santiago O’Phelan, Obispo de Ayacucho. Las campanas de Lima doblaban a duelo[42].
Sus restos pasaron 22 años en el cementerio de Lima. El año 1868 son trasladados a Chile. Se hace un reconocimiento de su tumba en el cementerio de Lima. “Abierta la tapa del cajón apareció todo cuanto en la tierra quedaba de aquel hombre tan preclaro. Los restos mortales del guerrero tenían el aspecto del más severo penitente.
Cubríalos la mortaja de religioso franciscano, sobre la cual se veían los blanquísimos nudos de la cuerda, la capucha calada, los brazos cruzados sobre el pecho y los pies descalzos, dejando ver la falange de los huesos unidos todavía por sus ligamentos, la cabeza reposaba sobre la almohada y el cuerpo sobre aserrín de madera de cedro. Bajo el hábito franciscano estaban ocultos los quepís y la casaca militar”[43].
Sus restos son trasladados por la corbeta O’Higgins, escoltada por la Chacabuco y la Esmeralda. Prat iba entre los oficiales. El Huáscar lo despidió desde el Callao con sus cañones y la Independencia (del Perú) lo escolta hasta Valparaíso. Pareciera que una sinfonía de amor a la patria y de heroísmo nos habla en estos acontecimientos.
Llegan los despojos mortales del prócer a Valparaíso el 11 de enero de 1868 y permanecen en la Catedral de Santiago hasta su entierro.
Sus restos fueron sepultados en el Cementerio General, en hermosa tumba de mármol, costeada y mandada a ejecutar en Francia por Demetrio O’Higgins y su epitafio dice: “Aquí yace esperando la resurrección de la carne el Excelentísimo Sr. don Bernardo O’Higgins, Director Supremo, Capitán General de la República de Chile, Brigadier de la de Buenos Aires y Gran Mariscal del Perú”.
Ilustró tan altos cargos con virtudes católicas, militares y públicas, y en su vida fue superior a la felicidad y a la desgracia.
“Murió con la serenidad del justo el 24 de octubre de 1842. Llorado por los pobres, honrado y admirado por los que en las tres Repúblicas vieron sus gloriosos esfuerzos por la Independencia y la libertad de América”.
Permanecen sus restos mortales en el Cementerio General hasta que son trasladados al Altar de la Patria, en Santiago, conservando el mismo mausoleo e inscripción.
Los testimonios de su fe vívida, aunque hemos dado pocos, son suficientes para mostramos el espíritu religioso del Prócer.
O’Higgins, como todo hombre, cometió errores tanto personales como políticos; pero hemos de mirarlos con criterio sereno y objetivo y enjuiciarlos procurando atenemos al espíritu de su época y conforme a una auténtica ciencia histórica.
Termino con las palabras de uno de sus biógrafos: “Cuando después de los días de apogeo vinieron los largos y duros años del ostracismo, fue espontáneamente volviendo los ojos a Dios. En ese proceso de espiritualización con que el dolor señala así siempre a los hombres superiores”[44].
[1] Eran regalistas, pero comprendían que no tenían fundamentos. Así vemos que el Senado conservador, en sesión del 12 de septiembre de 1821, a propósito de las instrucciones que da don José Ignacio Cienfuegos en la misión de Ministro Plenipotenciario ante el Papa, en el Art. I dice: “Que suplique a Su Santidad se sirva declarar o conceder que las regalías del patronato de Indias concedidas por Julio II a los Reyes de España para la presentación de los Arzobispos, obispos… los debe ejercer el supremo Director .. con toda la extensión de las facultades con que la ejercían los Reyes de España” (Cuerpos Legislativos, t. V, pp. 294-3, I. Cervantes, Santiago 1885).
[2] E. ORREGO Vicuña, “O’Higgins”, Ed. Losada, Buenos Aires 1946, p. 253.
[3] E. ORREGO Vicuña, “O’Higgins”, Ed. Losada, Buenos Aires 1946, p. 253.
[4] Casimiro ALBANO Pereira, Memorias del Excmo. Sr. don Bernardo O’Higgins, Imp. de la Opinión, Santiago de Chile 1844, p. 4.
[5] Archivo O’Higgins, t. XII, p. 78; BARROS Arana, Historia de Chile, t. XI, pp. 667-668.
[6] Jaime EYZAGUIRRE, Historia N.º 1, Rev. de Historia U.C., Santiago 1961, p. 7, la actitud religiosa de Don Bernardo O’Higgins.
[7] Roberto ARANCIBIA Clavel, Tras las huellas de B. Riquelme en Inglaterra, 1992, pp. 10-26.
[8] Roberto ARANCIBIA Clavel, op. cit., pp. 14 -26, 1992.
[9] Archivo O’Higgins, t. 1, 18, Santiago de Chile. B. Vicuña M., Vida de O’Higgins, volumen V, Obras completas, Archivo O’Higgins, U. de Chile, Santiago 1936, p. 84.
[10] Archivo O’Higgins, t. 1, p. 9, Santiago de Chile, B. Vicuña M., Vida de O’Higgins, volumen V, Obras completas, Archivo O’Higgins, U. de Chile, Santiago 1936, p. 73.
[11] Benjamín VICUÑA M., Ostracismo de O’Higgins, U. de Chile, Obras Completas, p. 79.
[12] Se conserva esta nota en el Museo del Carmen de Maipú.
[13] Archivo O’Higgins, Santiago de Chile, t. 1, p. 149.
[14] Archivo Nacional, Santiago de Chile, Ed. Nascimento, 1946.
[15] Gerónimo ESPEJO, El paso de los Andes, Ed. Casa Valle, Buenos Aires 1882, pp. 417-420.
[16] Gerónimo ESPEJO, op. cit., pp. 315-319.
[17] Archivo Nacional de Guerra, C. Mayor S.T. Razón, vol. 6, f. 1865 v.
[18] Arch. O’Higgins, Gaceta Ministerial, 20-XI-1819, t. XIII, p. 199.
[19] Archivo Nacional de Chile, Fondos Varios, Lima, 2 de abril de 1841.
[20] Actividades femeninas de Chile, Santiago 1927.
[21] Joaquín MATIE Varas, Montalván y Cuiba, en Rev. Chilena H.G., N.º 146, 1978, pp. 117-130.
[22] “Epistolario” Cruz, de Bernardo O’Higgins – Ernesto de la Cruz, t. 11, Imprenta Universitaria, Santiago de Chile 1919, pp. 306-307.
[23] “Epistolario” O’Higgins, Ernesto de la Cruz, Imprenta Universitaria 1919. t. 11, p. 163.
[24] «Epistolario» Cruz, Santiago, t. 11, pp. 226 ss. Ernesto de la Cruz, Imprenta Universitaria, Santiago de Chile 1919.
[25] «Epistolario» Cruz, Santiago, op. cit., p. 273.
[26] Bernardo O’HIGGINS, Carta a M. Bulnes (21 de julio de 1842), Benjamín VICUÑA Mackenna, La Corona del Héroe, pp. 550 ss.).
[27] Casimiro ALBANO, Memoria del Excmo. Sr. B. O’Higgins, Imprenta de la Opinión, Santiago 1844, pp. 90 ss.
[28] Op. cit., p. 91.
[29] Cfr. V. Mackenna, O’Higgins, op. cit.
[30] Archivo O’Higgins, t. IX, p. 25, carta a San Martín, Lima, 27 de mayo de 1836.
[31] Joaquín MATTE Varas, Montalván y Cuiba, R. Ch. H. y G. Nº 146, Santiago de Chile 1978.
[32] Casimiro ALBANO Pereira, Memoria O’Higgins, Imprenta Opinión, Santiago 1844, pp. 111, ss.
[33] Op. cit., p. 111.
[34] Joaquín MATTE Varas, Montalván y Cuiba, en R. Ch. H. y G., Santiago de Chile 1978, N.º 146.
[35] Joaquín MATTE Varas, Montalván y Cuiba, R. Ch. H. y G.; La Revista Católica, Documentos inéditos, Santiago 1906, p. 758.
[36] La Revista Católica, Documentos inéditos, Santiago de Chile 1903, N.º 102.
[37] ORREGO Vicuña, O’Higgins, Ed. Losada, B. Aires 1946, p. 399.
[38] Gran Logia de Chile, Manual de instrucción para el grado de aprendiz, Imp. Wilson (Compañía 3001) Santiago de Chile, pp. 31-32.
[39] B. VICUÑA Mackenna, Vida O’Higgins, Obras completas, U. de Chile, vol. V, Santiago 1936, p. 693.
[40] B. VICUNA Mackenna está en un error respecto al nombre “las misas Gregorianas”, éstas son 30 misas seguidas por los difuntos.
[41] B. VICUÑA Mackenna, op. cit., p. 692.
[42] Archivo Parroquial Sagrario, Lima, Libro de Defunciones N.º 12 f.13.
[43] Op. cit., t. V, p. 692.
[44] Eugenio ORREGO Vicuña, O’Higgins, Ed. Losada, B. Aires 1946.