La Fe de la Iglesia en el continente de la esperanza. Desafíos y urgencias para un cambio social y político.

La Iglesia y cuando me refiero a ella, lo hago en indicación a la Católica y en concordancia con su presencia y rol histórico en el continente latinoamericano. Buscamos responder frente a los signos de los tiempos, si esta comunidad de origen religioso puede efectivamente ser un espacio de reflexión y de cambios a un mundo cada vez más diverso y cuyas características regionales apremian a abordar ciertos tópicos, políticos y sociales, que den a nuestro continente un lugar de desafíos y esperanzas.

También queremos responder a la pregunta en torno a los desafíos ciudadanos actuales y cuyas características o factores religiosos pueden, o podrían, influir en un compromiso político de mayor convicción. Nuestro continente adquiere por características de su origen, ciertos patrones culturales y religiosos que hacen posible visualizar una unidad en torno a un proyecto común.  Queremos responder a la historia de Latinoamérica y su aporte al desarrollo global de un ciudadano más empoderado, más consciente de sus derechos y obligaciones, cuya base o característica particular podría ser el elemento ontológico religioso, de un pueblo que se ve a sí mismo como depositario de una esperanza humanizadora.

América Latina, el continente de la esperanza.

Esta frase, dicha por el papa Juan Pablo II, nos indica en forma precisa y clara la visión del vicario de Cristo, quien, a partir de su experiencia personal y fruto de haber nacido y vivido en un continente arrasado por dos guerras mundiales, mira hacia el sur del mundo y reconoce en América Latina, una región cuya unidad cultural y religiosa puede ser la legítima esperanza, evangelizadora para un mundo tan necesitado de razones de existencia.

El papa Juan Pablo II acuña esta idea en una mirada sobrenatural y buscando en la experiencia de nuestros pueblos, aquel destello de fe, que puede hacer la gran diferencia de un mundo más humano y fraterno. A lo anterior podemos agregar que la llegada de la Fe trajo consigo la presencia de un modelo, de una forma de entender la existencia humana, de un camino de desarrollo y cultura. También, no podemos desconocer los grandes dolores que la conquista de nuestros pueblos y cuyos efectos divisorios en el ámbito político, los vemos muy presentes hasta el día de hoy. Sin embargo, ante magno desafío el Imperio de España y Portugal, acompañados por la Iglesia, hicieron de este continente un lugar de características diferentes y cuya colonización aportó los elementos religiosos de la fe ancestral, de una lengua y de una cultura. No obstante, los pueblos a costa de grandes sacrificios han podido mantener su propia identidad y con el tiempo hemos tenido la posibilidad de crear una cultura latinoamericana influenciada por la fe, pero con las vivencias de las tradiciones más antiguas de nuestros pueblos. Podemos reconocer que la fe de nuestra región es en su origen post-colonización, católica, pero con una religiosidad popular muy propia de las culturas más antiguas.

Crisis política y social.

Asistimos desde el descubrimiento de nuestro continente, a sucesivas crisis políticas y sociales, gatilladas desde nuestro origen, por potencias extranjeras, por caudillismos regionales y por la falta de integración colectiva de nuestros pueblos. América Latina ha tenido un desarrollo más lento como consecuencia de una separación tardía de aquellas grandes revoluciones que entregaron los principios libertarios, democráticos y modernos.

La falta de educación, la falta de industrialización, también nos ha mantenido atados a los grandes y permanentes conflictos del pasado. La presencia de potencias extranjeras que han buscado disputarse permanentemente las grandes riquezas de nuestra región, el oportunismo de ideologías ajenas a nuestra cultura, se han empeñado durante siglos por fraccionar la unidad cultural y el proyecto de nuestros pueblos. Siempre, y por desgracia, América Latina ha sido el escenario de algunos experimentos políticos y económicos, cuyos efectos han desgarrado el legítimo desarrollo económico y educacional. A pesar de lo anterior el germen de la fe ha sido en la práctica, un camino que ha distinguido el particular mundo cultural que representa esta región.

El factor religioso y unitario de la Iglesia Católica, representó y representaba hasta hace muy poco, un elemento de unidad regional. También en esta guerra de conflictos, las potencias foráneas han buscado por años dividir la unidad de la fe a través del financiamiento de ciertas sectas y movimientos religiosos que buscan aminorar la influencia de la Iglesia Católica en América Latina.

Haciendo un uso y un abuso de la llamada libertad religiosa, potencias foráneas han invertido grandes capitales para marcar su presencia y buscar así un proselitismo religioso, muy ajeno a nuestras culturas originarias y teniendo como premisa el desapego del compromiso social y político que implica para el hombre y mujer de fe de este continente, su actuar ciudadano, en sus derechos y en sus obligaciones.

La crisis política de nuestra región marcada por sucesivos golpes de Estado y gobiernos autoritarios, han hecho de un experimento permanente, la falta de una democracia más madura y moderna, que reconozca en las premisas y principios republicanos la solidez de nuestras instituciones en el tiempo.

La respuesta de la fe a la luz del Magisterio

El Magisterio de la Iglesia, es decir, la enseñanza de la doctrina a la luz de los Evangelios y que busca dar respuesta a los problemas actuales que enfrentan el hombre y su entorno. Esta misma fuerza ilustrativa del Magisterio se ha preocupado especialmente de iluminar a nuestros pueblos a propósito de corrientes políticas, filosóficas y económicas presentes en nuestra región.

La revolución liberal supuso un abandono por parte de la fe de aquellos cambios tan necesarios en lo social y político. Así también, el liberalismo viene a modificar radicalmente las formas de vida de nuestros pueblos, separando totalmente a los poderes y entregando una independencia total entre el hombre como individuo y sus efectos colectivos.

Esta concepción ciudadana liberal, nace con la caída del bloque marxista y trae consigo los elementos de justicia, libertad e igualdad, y hacen nacer en medio nuestro un sujeto que se mira así mismo como el artífice de sus propios derechos, de un nuevo estatus de auto determinación y que traerá el nacimiento de nuevos proyectos políticos. Este nuevo hombre liberal tiene como realidad ontológica una exacerbada presencia del yo y sus circunstancias, es un yo dispuesto a defender mediante la exigencia de los derechos, de su propio yo e intereses, es un discurso del individuo, en donde la libertad es la base de su autodeterminación política y social. Estas formas de mirar la realidad contrastan con la enseñanza del Magisterio de la Iglesia, que busca entorno a la colaboración comunitaria, hacer posible el plan de salvación de Dios para su pueblo.

Esta nueva concepción individualista y liberal extrema es enfrentada por el magisterio de la Iglesia y sus enseñanzas en el Concilio Vaticano II y de forma particular en el Encuentro de Puebla. Buscará así el Magisterio responder desde la Fe y el rescate de nuestras culturas, la dimensión más humanizadora y comunitaria para nuestro continente.

También la Iglesia hará frente a la concepción marxista de la historia y cuya ideología ha sido muy fructífera en nuestro continente. Los proyectos socialistas buscaran dar respuesta a las injusticias sociales, pero con los peligros evidentes de la lucha de clases.

Esta concepción ideológica también tuvo algunas manifestaciones desde la razón y el ejercicio de la teología, dando como resultado una concepción más latinoamericana, de una Iglesia sufriente, distanciada de la estructura jerárquica romana y más bien insertada en la lucha por conseguir más justicia e igualdad. La Teología de la Liberación es una forma de como el pensamiento marxista pudo traspasar las barreras del magisterio y la jerarquía dando como resultado una praxis religiosa y política revolucionaria. Esta lectura de la historia de salvación marcada por una doctrina materialista ha sido enfrentada con fuerza y vitalidad para reorientar y reconducir al pueblo de Dios a una búsqueda y compromiso evangélico desde la mirada del Hijo de Dios y su Iglesia, en donde prevalezca los valores de la fidelidad y la unidad en torno a la figura de quien representa la cabeza de Cristo.

Conclusiones

Con gran alegría podemos reconocer que, de nuestras preguntas iniciales, recogemos con esperanza la posibilidad de encontrar en la identidad de nuestros pueblos, una cultura distinta, interesante y que desafía la puesta en marcha de un proyecto político unificador, es decir América Latina, nuestro continente efectivamente puede y está llamado a ser un lugar de desarrollo y de esperanza.

A lo anterior, reconocemos como rol significativo el aporte que hace, pero que puede mejorar la Iglesia y su Magisterio. Los cambios sociales y políticos se pueden profundizar en la medida en que los ciudadanos, conscientes de sus derechos y obligaciones, sientan en carne propia la responsabilidad de conducir el destino de nuestros pueblos. La Iglesia y el elemento religioso pueden ser una base sustancial para hacer del ciudadano político, un compromiso mayor a la luz de una moral superior.

Todo ciudadano consiente de la responsabilidad republicana, entiende su aporte individual y colectivo a la democracia y sus complejidades, así también un ciudadano con estas características, y traspasado por la fe puede representar una perfección mayor de los compromisos políticos y sociales.

Tenemos que recuperar la identidad cultural y la religiosidad de nuestros pueblos, para lo anterior las instituciones, el Derecho y la Teología, pueden hacer posible un mundo mucho mejor.

Los elementos religiosos pueden y deben estar al servicio de la política, deben humanizar la economía, deben mostrar una democracia más justa y sensible que reconozca la dignidad de cada ser humano en justicia y solidaridad con los demás.

El factor o elemento religioso hace del ciudadano un sujeto de doble responsabilidad, se deberá a sus instituciones, a su pueblo, pero también bajo la mirada iluminadora de su fe. El desafío es tener una Iglesia más proactiva, una jerarquía más profética y comprometida con las realidades de nuestro continente, pues el hombre latinoamericano debe ser el protagonista de una esperanza para la humanidad.

En conclusión, el paso de la Iglesia en nuestro continente ha sido semilla de nuevas esperanzas, se encuentra en nuestras manos alcanzar mediante la reflexión jurídica, el aporte antropológico y sociológico, de una región cuyos orígenes pueden traer al mundo algo de paz, de justicia y de solidaridad.